En este momento, una de las necesidades implacables y desde luego molestas para todos los afectados, es la necesidad de efectuar severísimos recortes en el gasto público. Sobre todo a través de los presupuestos autonómicos, la existencia de fenómenos de este tipo, alcanzó niveles intolerables. Esos porcentajes, del 11’1%, del 9’5%, del 8’5%, sucesivos desde 2009 a 2011 en el déficit del sector público, exigían recortes drásticos. Lo que no había era que pensar dos veces el no hacerlo. Y por ahora, no se ha sido precisamente muy riguroso, sino, más bien, bastante leve en ese capítulo.
Es absurdo creer, además, que con gasto público excesivo se arreglan las cosas, cuando lo que nos jugamos es nada menos que nuestra permanencia en la eurozona, y con ello, si salimos expulsados de ella, que entramos en unas condiciones típicas de un país inflacionista, con altísimos tipos de interés que generan desempleo, con huida de capitales y, en suma, con todas las condiciones de una profundísima depresión.
Hubo tolerancia colectiva, desde las Universidades con algún rector que pretende seguir el mismo camino, con los subsidios para la creación artística, y también por los ingresos sindicales, con tareas variadas en la construcción de infraestructuras de autopistas y de trenes de alta velocidad, con subsidios a empresas de producción cara de energía, con competiciones deportivas o con pavimentos municipales. Tuvo lugar todo eso de forma ajena al mecanismo del ingreso, en medio de una crisis formidable, bien clara a partir de 2007. Se pensó que era posible, al keynesianismo vulgar modo, y dentro de un patrón monetario, el euro, tan exigente como en su tiempo pudo haber sido el patrón oro, avanzar impetuoso en el gasto público sin problemas, al mismo tiempo que se descuidaba la competitividad y se dejaban a un lado los problemas inherentes a un lamentable sistema crediticio, sobre todo en relación con las cajas de ahorros. ¿Se contemplaba el aumento del déficit de la balanza por cuenta corriente? ¿Y el alud derivado de todo ello, del paro? ¿Y el caos que originaba la dispar política económica de las diversas autonomías?
Existen los costes del desarrollo, y en este caso, del saneamiento. Lo que hay que pensar, de una vez, es cómo acentuar la política de recortes actual, no para ponerse en cabeza de manifestaciones de estudiantes o de sindicalistas. Nada de dudas y de carantoñas que pueden conseguir el que España, ya en el borde del abismo, se despeñe del todo.
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