ABC.es: Histórico Opinión
EN cualquier país orgulloso de su pasado y desacomplejado ante su historia, o simplemente consciente de que ambos forman el ADN de la memoria nacional, las autoridades del Estado estarían hoy celebrando entre solemnes tatachines el bicentenario de la batalla fundacional de su identidad moderna. Pero en Bailén se van a quedar esperando, porque el Gobierno del ansia infinita de pazzzzzzz no conmemora hechos de guerra -¿una batalla?, qué horror: muertos, sangre, cañones, puafff, nada de lo que deba felicitarse un político de diseño-, y menos si tienen que ver con conceptos discutidos y discutibles como la gaita ésa de la nación española, aunque se trate de una de las pocas veces que dicha nación y el pueblo teóricamente titular de su soberanía actuaron con la determinación y el coraje necesarios para merecer el homenaje y la gratitud de sus descendientes.
Bailén no fue sólo una heroica victoria militar frente al poderoso y rutilante ejército napoleónico, sino el punto de inflexión que convirtió el motín popular del 2 de mayo en la Guerra de la Independencia y condujo, mediante un impulso de optimismo moral, a las Cortes de Cádiz y a la Constitución del 12, es decir, al kilómetro cero de la moderna nación española. Aunque para solemnizar su efemérides bastase el pequeño detalle de que fue la primera vez que las águilas imperiales mordieron el polvo, y que fueron precisamente nuestros antepasados -con importante colaboración inglesa, cierto es- los que le dieron la del pulpo al invicto gabachamen entre el pastoso rastrojal jiennense y bajo una canícula de espanto, ese acontecimiento bélico tiene una importancia trascendental en la historia de España y en la de Europa, y constituye, como señala el historiador Moreno Alonso, un hecho esencial para la configuración de nuestro destino histórico. Bailén es nuestro Valmy; el gozne a partir del cual la Historia gira hacia un lado en vez de irse hacia el otro. Siquiera por sensibilidad cultural, o por respeto a la tan reclamada memoria histórica, el bicentenario merecía un gesto de cortesía institucional y uno de esos recuerdos a los patriotas caídos que nunca vienen mal a nadie... salvo que se sientan remordimientos o recelos porque los hechos no encajen en un apriorismo sesgado.
El problema es que a este Gobierno le coge a trasmano el asuntillo de la Guerra de la Independencia, porque recordarlo obliga a hablar de conceptos incómodos para su voluntad adanista de reescribir o tachar el pasado. Y ni siquiera el virreinato sucursalista de Chaves se atreve -¿habrá en Andalucía, después de la partida de Colón y la toma de Granada, un hecho de mayor repercusión histórica?- a comparecer en una conmemoración que va a celebrarse de tapadillo, como si fuera un episodio vergonzante y no una gesta crucial para entender qué somos y por qué. Ay, si hubieran ganado los franceses, el pecho que sacarían los Sarkozy de turno; fue palmando y tienen el nombre de Bailén inscrito junto a Jena y Austerlitz bajo el Arco del Triunfo.
Pero nuestra tragedia es que vivimos dominados por una mezcla estéril de vergüenza e ignorancia. O de vergüenza ignorante, que es peor, porque además de estúpida se siente culpable ante algo tan inamovible como el pasado.
sábado, 19 de julio de 2008
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