La tempestad que en los últimos días y meses ha sacudido la cúpula del Banco Santander debe conducir a la apertura de un tiempo de cambio y renovación en la alta dirección de la primera entidad financiera de España en beneficio de la estabilidad y el buen nombre del banco, del dolido y en gran parte enfermo sistema financiero español –pendiente de la reconversión de las Cajas de Ahorro-, y también del prestigio de la deuda pública de España, frente al acoso de los mercados internacionales en este tiempo de sacudidas europeas y de alta tensión política y social en nuestro país.
No estamos hablando de la salud y fortaleza financiera del Banco Santander, que están fuera de toda duda y gozan de indiscutible crédito y prestigio, sino de aplicar las más que elementales normas del “buen gobierno” de las empresas españolas, para evitar cualquier tipo de crisis imprevista, alarma social o tormenta política, a sabiendas que estamos en vísperas del debate parlamentario del “estado de la nación” y de las elecciones generales.
Tormenta como las que se ha comenzado a desatar en el Banco Santander (y en su Junta General) con motivo de la denuncia e investigación judicial abierta contra Emilio Botín, su hermano Jaime e hijos de ambos (entre los que figura Ana Patricia Botín), a propósito de la inspección que la Agencia Tributaria realiza a los Botín durante un proceso de regulación de las cuentas opacas descubiertas en el banco HSBC de Suiza, que prueban que el presidente del Santander y sus parientes mas allegados defraudaron a la Hacienda pública española importantes sumas de dinero durante ¡18 años! –que podían haberse prolongado en el tiempo de no descubrirse dichas cuentas secretas-, sobre unos depósitos que podrían superar los 1.000 millones de euros.
Grave asunto este del fraude continuado al Estado español que no, por estar prescrito en muchos años o en proceso regularización el último lustro fiscal, debe ser despreciado como lo saben y entienden Emilio Botín y la dirección del Banco Santander. Asunto al que además y para colmo se le suma a la reciente condena penal con inhabilitación del Consejero Delegado del Santander, Alfredo Sáez, por el Tribunal Supremo –por denuncias falsas-, lo que daña y complica la credibilidad del máximo equipo directivo del Banco. Y todo ello por más que Sáez haya solicitado el indulto del Gobierno socialista (que en las circunstancias actuales no cabe imaginar) y planteado recurso de amparo al Tribunal Constitucional, muy difícil de admitir a trámite contra la sentencia del Supremo, en un tiempo en el que todas las miradas están puestas sobre esta discutida alta Corte del Estado.
En esta situación el Banco Santander, por su condición de líder del sistema financiero español, debería dar ejemplo. No en vano como “a la mujer del Cesar” –según lo relata Plutarco citando Julio Cesar- “no le basta con ser honesta sino que además debe parecerlo”. Y no solo ante los ojos (hoy día cegados) de los reguladores del Banco de España o la CNMV, sino también ante sus clientes, accionistas y trabajadores que a buen seguro apreciarían un relevo en la cúpula del Santander.
El que debería liderar un hombre de carácter y decidido como es Emilio Botín. Un excelente gestor y apasionado banquero, que tiene ante sí el reto final del cambio y su retirada, evitando cualquier atisbo de alarma social que pudiera dañar a una entidad que tanto aprecia y le debe pero que es sensible, como lo son los grandes Bancos, en estos tiempos donde las tensión de los mercados y las pasiones políticas y sociales están a flor de piel.
Estas cuestiones del fraude fiscal y de la condena penal respectivas de Botín y Sáez les resta legitimidad a ambos directivos del Banco a la hora de participar en el debate financiero. Y más aún en el social –como lo hicieron en últimos meses- exigiendo reformas y ajustes sociales para reducir el déficit español. Y debilita su posición ante el Banco de España, la CNMV y el Gobierno de la nación (el de ahora y el que vendrá del PP) por más que “controlen” los grandes medios de comunicación.
Ahora, por ejemplo, resuenan en evidencia las palabras que Botín pronunció el mes de marzo en la Moncloa para apoyar a Zapatero declarándose contrario al adelanto de las elecciones que solicita Rajoy desde la presidencia del PP y el liderazgo de la oposición. Botín apareció ante la opinión pública como paladín del presidente del Gobierno fracasado que, eso sí, tenía en su poder desde primeros de 2010 la noticia caliente del fraude fiscal continuado de los Botín. Noticia que finalmente vio la luz pero no por una conspiración política –como han pretendido algunos- sino puede que por errores cometidos en la regularización de las cuentas opacas correspondientes a los años 2004-2009.
Retirarse a tiempo y retirarse bien es algo poco habitual en la política y las grandes empresas o centros del poder. Lo hizo de manera ejemplar el primer empresario de España, Amancio Ortega, en Zara, y lo pudo haber hecho Botín en distintas ocasiones: por motivos de edad, o tras la fusión con el Banco Central Hispano que el mismo abortó con una colosal indemnización a Amusátegui y Corcóstegi. Y puede que la mejor oportunidad se perdiera hace pocos meses y antes que su hombre en Londres, Antonio Horta, decidiera abandonar el Banco español para integrarse en la cúpula del Lloyd’s. Pero, en todo caso, el proceso renovador se debió abrir cuando les llegó, en julio de 2010, la noticia de la “captura” por la inspección de Hacienda de las cuentas secretas que Botín tenía en Suiza, a lo que luego se sumó la condena de Sáez.
Naturalmente, Botín y Sáez pueden tener la tentación de seguir como están pero mal harían si no reaccionan ante la nueva situación. Y mal harán quienes desde el Consejo del Banco, las asesorías jurídicas (cuidado con M. Cortés) o incluso desde la política digan al presidente y consejero delegado del Santander que no hay que dar un paso atrás, que ya pasó el peligro y que todo está bajo control. Porque para empezar en España ahora nada está bajo control, va a seguir abierto el proceso judicial y estamos bajo el volcán de la excitación política, social y electoral. Y el riesgo que se corre no es tanto de tipo personal como institucional, por mas que los cazadores de “recompensas electorales” no dudarán en buscar la cabeza de turco de la crisis en un banquero a título de trofeo y castigo ejemplar.
El Banco Santander está en una excelente posición y con una buena cuenta de resultados, y tiene en su organización un excelente equipo de alta gestión donde no será nada difícil encontrar sucesores al presidente Botín y al consejero delegado Sáez. Por ahí están personas de indiscutible prestigio como Matías Rodríguez Inciarte, Francisco Luzón y Javier Marín entre otros que hoy pueden asegurar sin ningún trauma interno o externo la transición, por más que ello altere la tradición “familiar” –mas propia de otros tiempos- de la entidad. Lo que no sería prudente ni inteligente es dejar las cosas tal y como están.