Asís Tímermans
VÍA LIBRE
Bermúdez ante el Espejo
Por su culpa no volveré a apreciar un “largometraje judicial”. Ha superado el cine clásico. ¿Su secreto? Como Henry Fonda – menos pelo y más aplomo –, se limita a ser él mismo. Irradia Derecho y Humanidad. Quizá la inteligencia y la solidez ayuden en la carrera judicial, y la Fiscal Sánchez sea una triste excepción…
Pero, sin quererlo, Bermúdez pone a la Sala ante un dilema cinematográfico. Conocemos a los malos desde el principio. Sólo la aparición de un “malo alternativo” iluminaría el rostro de los presuntos asesinos: la cámara les devolvería a su condición de traficantes y pelanas, vividores y carteristas, confidentes o simples desgraciados que pasaban por ahí.
Sin “malo alternativo” no se precisan ni pruebas. Lo afirmó un abogado de la acusación: la acumulación de indicios basta para condenar a los malos, que para eso lo son. El letrado sabe de malos: él mismo, miembro de un grupo terrorista, ayudó a secuestrar a Emiliano Revilla a sueldo de ETA. Como para llevarle la contraria…
No hay una sola prueba directa. Ello desconcierta a Bermúdez. Quizá lamente su propio arrojo. Ordena analizar las muestras y aparecen componentes de otro explosivo. Graba el análisis y el Jefe de la Pericia se descontrola gritando que Manzano mintió. Los hindúes alucinan con su propio libro de ventas. La mochila no está en un tren cuatro veces revisado. El relleno de la furgoneta no resiste ni el Registro de Entrada de Canillas. La bochornosa manipulación de la traducción italiana muestra que quienes la provocaron no esperaban que fuera examinada. Y así podríamos seguir…
… hasta que el Juez se mirase en el espejo. No da un paso más adelante: el decorado se cae. Ni conspiración ni funcionarios tapando chapuzas: un grupo de agentes ocultó y falsificó pruebas desde el primer momento. Esclarecer quiénes y por qué le parece objeto de otro proceso. Pero se equivoca: afecta al objeto de éste, que es la culpabilidad o inocencia de los procesados.
Bermúdez calculó mal por primera vez en su carrera. Previó mentiras y torpezas, maldades y rencor. Pero no una operación de servicios secretos de la que nada quiere saber. Mala suerte. Su buen hacer desveló un explosivo imprevisto. Su precaución grabó la mentira de un perito. Su atención detectó la falsedad en mil papeles. Su rigor constató la traducción manipulada. Pero no se atreve a presionar al agente que hay detrás de cada engaño. Sabe que todos los caminos conducen a Leganés. Y eso no. No puede concebir que eso sea mentira.
El pasteleo será complicado. La conciencia de los magistrados rechaza admitir pruebas que saben falsas. Pero anularlas revelaría una falsificación que debería investigarse en este mismo proceso. Lo aplazarán para otro juicio: grave error, porque afecta, se quiera o no, a la culpabilidad de los aquí juzgados.
No es por miedo a la advertencia de Elkaizer en El País (“¡ni una frase en la sentencia que legitime a los conspiradores!”). Es miedo a la verdad. Esto no es una película. El malo alternativo lleva uniforme. Sabe quién montó el decorado. No se jugó todo sin una poderosa razón, sin un poderoso respaldo.
Nunca una escena me impactó más: el Juez Gómez Bermúdez suplicaba a los peritos una explicación alternativa a la imposible contaminación. Un gigante en lo profesional y lo personal, Gabriel Moris, aguantó unos minutos largos y terribles sin quitarse el gorro de perito ni ponerse el de víctima. Pudo haber gritado: “¡Usted lo sabe! ¡Este perito y su jefe ocultan qué explosivo mató a mi hijo!”. Habría barrido de un plumazo su profesionalidad. Su elocuente silencio me pareció un grito: “¡Sea valiente! ¡Yo he perdido un hijo! ¿Tiene usted más que perder?”. El Juez no se atrevió.
El vértigo se apodera de Don Javier. No quiere ni saber por qué a las doce de la mañana Manzano ya sabía que iba a explotar el piso de Leganés… cuya existencia se conoció horas después. Quiere creerlo secundario. Su experiencia dice que hay agua cuando el río suena, que alguno de los moritos cometió el atentado, que la mentira no puede ser tan grande. Nunca ha juzgado la operación de un servicio secreto.
Desde una gran altura profesional, la Sala ve el otro lado del muro, pero no se asoma. Unas imprescindibles “diligencias para mejor proveer” darían comienzo al verdadero proceso. La sentencia pastelera que se prepara es el fin de la verdad. Y esa noche, cuando Bermúdez se mire al espejo, verá por vez primera en su frente una sombra. No será pelo, claro, ni tampoco mala conciencia. Será la sombra de la decepción.
sábado, 23 de junio de 2007
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