viernes, 16 de diciembre de 2011

Masaje tailandés, yoga para vagos

Masaje tailandés, yoga para vagos


Puede parecer un lujo en nuestra sociedad, pero quien haya visitado Tailandia no habrá podido escapar a la visión de un centro de masaje cada pocos metros. Lugares sospechosos aparte, el masaje forma parte de la cultura asiática de una manera natural. Las madres masajean a sus bebés al nacer y esta costumbre se mantiene a lo largo de la vida adulta. Casi todos los días paso por delante de una parada de moto-taxi cerca de mi casa en Bangkok, y a menudo observo a los conductores dándose unos a otros masajes de hombros entre viaje y viaje. O en el centro comercial, a las dependientas que pasan las horas esperando clientes mientras se masajean los brazos. Tampoco ya me llaman la atención las contorsiones de los taxistas para estirar los músculos inmovilizados durante tantas horas al volante.


El masaje tradicional o nuad paen boran fue importado por los monjes budistas de la ciencia védica india hace 18 siglos. Darse un masaje tailandés  -también conocido como el yoga de los vagos-  equivale a que le hagan a uno una clase de yoga, sin que el interesado tenga que mover un dedo. Las sesiones incluyen posturas que estiran los músculos, relajan las articulaciones y ejercen presión – muchas veces dolorosa - sobre 10 puntos clave, las sen o líneas de energía, y se aplica con manos, antebrazos, codos y pies.  El resultado es una revitalización de los niveles de energía, la misma que sentimos después de una sesión de yoga.
Originariamente esta disciplina se aplicaba en los templos, y los puristas todavía veneran al que se considera su inventor, el médico personal de Buda. No hace mucho visitando Pai, un pequeño pueblo al norte de Tailandia, fui a darme un masaje antes de cenar. Ante mi asombro y antes de comenzar la sesión, el masajista unió las palmas de las manos a la altura del pecho, cerró los ojos  y se dispuso a rezar, siguiendo una técnica tradicional que se ha perdido en la mayoría de los modernos establecimientos de Bangkok.

En la capital tailandesa, es en Wat Phodonde se encuentra la escuela de masajesmás antigua del país. Antes de ser el Templo del Buda Reclinado, sus instalaciones servían de centro de aprendizaje para medicina tradicional tailandesa. Desde 1955, el templo acoge también la que se ha convertido en la primera escuela de masajes de Tailandia, con otras sedes en el centro de Bangkok y en Chiang Mai.  Dadas las contorsiones, presiones y giros a los que es sometido el cuerpo del interesado, es vital que el masajista sea un profesional de la técnica, a no ser que queramos llevarnos a casa un doloroso, y potencialmente peligroso, recuerdo.
Dos horas es la duración ideal para poder revitalizar todas las partes del cuerpo. A diferencia de otros masajes, para el tailandés suelen usarse los clásicos pantalones de pescadores y una camisa holgada, que permitan libertad de movimientos.  En cuanto almasajista, la regla de oro es que cuanto más grande y callosas sus manos, mejor, más fuerza tendrá para manipular el cuerpo del cliente como si de una masa de pan se tratase. En Tailandia, es fácil encontrar masajes  por precios que oscilan entre los 6 y los 15 euros, dependiendo de lo lujoso del establecimiento.
El peligro es la adicción, a la que yo he sucumbido irremediablemente. Los beneficios:flexibilidad, oxigenación de la sangre, alineamiento postural, relajación de tensiones y, como resultado, un sueño profundo y reparador. ¿Alguien da más?


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