El Semanal Digital
GLOBALIZACIÓN
La "kakistocracia" de ZP: el gobierno de los peores y de los cutres
Eduardo Arroyo
Voy en el coche y sintonizo el dial de una radio al azar. Se detiene en un número caprichoso que resulta ser la Cadena SER. Hago un esfuerzo y subo el volumen para enterarme.
ZP Y SUS MUCHACHOS
Solamente con los argumentos que emplean algunos de los cuates del partido del presidente dan ganas de echarse a llorar.
Voy en el coche y sintonizo el dial de una radio al azar. Se detiene en un número caprichoso que resulta ser la Cadena SER. Normalmente, doy gracias a Dios por no ser "periodista" y más aún por no ser "tertuliano", independientemente de que participe en alguna tertulia o escriba artículos. En realidad, mi reino no es de ese mundo. Pero volvamos al coche y a la radio. Un tipo intenta torpemente argumentar. No hay que escucharle demasiado para concluir que no tiene ni idea. El asunto versa sobre los comités éticos de los hospitales. En palabras de este terrorista del espíritu, todo el asunto se reduce a si "hay curas o no hay curas" (sic) en los mencionados comités éticos. Esta brillante frase es el corolario de su deducción previa: las decisiones que se toman en los hospitales son, a su (corto) entender, "decisiones clínicas".
¿Qué hace por tanto un cura decidiendo sobre algo que es puramente clínico? Reitero una vez más que el pollo en cuestión no sabe nada de los hospitales, de las decisiones clínicas y menos aún de los curas, pero ahí le tienen, opinando. Meto la directa y acelero mientras pienso en el efecto de unas cripto-estupideces sobre la tremenda masa de millones de personas, ideológicamente desarmadas por un medio social a merced de cualquier chacal de las ondas.
No lo puedo remediar pero es Arthur Schopenhauer quien me viene a la cabeza: él llevaba muy mal, como me sucedía a mí en aquél preciso instante, que a cualquier majadero le estuviera permitido dar su opinión, independientemente de que fuera o no una pura sandez.
Al fin y al cabo, a mí sí que me aterroriza la idea de que hubiera un periodista de la SER en un comité ético o, sencillamente, la mera presencia de alguien que formara su visión del mundo a partir de las regurgitaciones de una cadena de radio hecha a golpe de dinero y que es uno de los pocos países del este que van quedando.
Olvido el asunto pero unas horas después cae en mis manos un periódico de esos que coges mecánicamente mientras esperas tu turno para cortarte el pelo. Una tal Elena Valenciano reitera la polémica contra los religiosos católicos "en los hospitales" y asegura que "los curas solo creen en los mártires y nosotros en la ciencia". Se me ocurre que tanta estupidez no cabe en una persona sola, por lo que a lo mejor la tal Valenciano es un pseudónimo y han parido la memez entre ocho o diez. Pero ahí no para la cosa: otro personaje, que afortunadamente me es desconocido –responde por Álvaro Cuesta-, habla de "mentes podridas que desde el dogmatismo intentan prácticas confesionales" y remata la faena el tristemente célebre José Blanco –"número dos" del PSOE a falta de ser algo en cualquier organización normal- que dice que con la presidenta madrileña no va la libertad de conciencia.
No voy a intentar argumentar, porque se sale de la extensión de este artículo, acerca de la importancia del hecho religioso, de la importancia del cristianismo en la génesis de nuestro universo intelectual ni tampoco voy a explicarles a esta panda de zotes disfrazados, que la belicosidad de sus ataques nace de la incipiente crisis intelectual del materialismo –científico y filosófico- en algunos países que lideran la I+D mundial. Tampoco voy a cansar al lector explicándole que existe una ley muy anterior a Esperanza Aguirre, que es la que se cumple en la Comunidad de Madrid. Más bien apelaré al interés del lector esforzado y riguroso a que por sí mismo alcance el núcleo de una polémica que, por motivos solo explicables a los políticos, parece haberse creado como por ensalmo, posiblemente para tapar otros problemas mucho más reales. ¿Conocen a alguien que se haya quejado de "los curas" en los comités éticos?
Por el contrario, quiero explicar aquí que invade una profunda tristeza solo de pensar que mis compañeros acumulan mérito tras mérito y engrosan sus currículos para concurrir a sesudos exámenes donde, cuando no están manipulados por el sindicato de turno, saben que se las verán con otros por lo menos tan capaces. Sollozo de pensar que no pueden aprovechar todas las oportunidades que genera el "mercado de trabajo" porque existe siempre un "perfil" que selecciona a unos y no a otros. Ellos, mis compañeros, son simples mortales, claro. Con los políticos sucede algo muy diferente: cualquier necio puede llegar a los puestos más elevados del Estado solo con tener el favor de la camarilla de turno. El nivel y la excelencia parecen habernos dejado.
Es precisamente este combate arrabalero por el poder el que alimenta a menudo las páginas de los periódicos, mostrando la estampa patética de un PP que pregona la "democracia" y que, como sucede con todos los partidos, no puede tolerar la democracia interna en su seno, igual que sucedió en el PSOE en sus años oscuros de su ostracismo aznarista. Pero no importa porque, al más alto nivel, lo importante es entrar en el meollo de los que mandan. Después ya no se sale. Que se lo digan a los ministros "independientes" del PSOE a quienes ningún militante votó.
Hoy eres ministro de trabajo y pasado mañana de ciencia y tecnología o pasas de dirigir el ministro de cultura al de fomento en un santiamén.
Para colmo, retomo el relato de mi ocasional lectura periodiquera y me encuentro al "doctor Montes" –cuyo nombre me recuerda a un supervillano de la Marvel, pero de Leganés- que anuncia que está dispuesto a "tomar la calle" contra "este estado de pensamiento único que nos quieren imponer". Curiosamente esto no se le ocurrió hace años, antes de que el Colegio de Médicos descubriera que él era un mal médico. De nuevo es la huída hacia delante en busca de "la pomada" del poder, esa que salva lo insalvable y que te permite decir que el País Vasco es a "España" como el Tíbet es a China, o que la mejor medida para salvar un partido "estatal" consiste en "dialogar" con los que quieren destruir ese mismo Estado, sin que se note que eres gilipollas.
El esfuerzo, las privaciones, los temarios, los currículos por triplicado y, en definitiva, la exigencia, son cada vez más para el resto de los mortales, no para la casta del poder. Y es que los efectos de esta "kakistocracia", o gobierno de los peores, son el origen de todos nuestros males. Pero ella tiende a perpetuarse.
sábado, 26 de abril de 2008
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