sábado, 5 de abril de 2008

Ellos tienen apellidos; ella es Soraya · ELPAÍS.com

Ellos tienen apellidos; ella es Soraya · ELPAÍS.com
¿Por qué al presidente del Congreso de los Diputados se le llama Bono y la nueva portavoz del Partido Popular es Soraya? ¿Por qué se ha escrito de ella que es "curva, muelle y blandita"? Por sexismo. Por la misma razón que una mujer es siempre mujer antes que profesional en el ámbito público y se utiliza para denominarla su nombre de pila. Muchos hablan de que todavía hoy existe un doble rasero para medir la valía de hombres y mujeres.

La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
"Aún queda mucho sexismo en política", asegura Fernández de la Vega

¿Por qué nos chirría hablar de José Luis y no de María Teresa?

Zaplana reprochó a la vicepresidenta su "afición a disfrazarse"

A las líderes internacionales se las muestra como hijas o esposas
Desde los 26 años Soraya Sáenz de Santamaría es abogada del Estado. Algo que ya quisieran muchos de sus compañeros. Sin embargo, en los últimos días se ha hablado de su juventud y muchos analistas políticos y tertulianos de toda índole han destacado su aspecto físico y su ropa por encima de su capacidad profesional.

Es el último ejemplo. Muchas mujeres se enfrentan a diario a comentarios como esos que subrayan sus características femeninas y dejan en segundo plano su valía, lo que les obliga a poner sobre la mesa sus habilidades de manera incesante. Esto lo sabe muy bien la vicepresidenta del Gobierno en funciones María Teresa Fernández de la Vega: "Vivimos en una sociedad patriarcal y en política a las mujeres todavía se nos juzga con un baremo distinto al de los hombres", asegura la mujer con mayor poder político en España desde 2004.

Las mujeres han alcanzado determinadas cuotas de poder. Han ocupado espacios públicos donde ya no se les cuestiona por estar pero sí se les señala con formas más sutiles. "Esta chica...", "Soraya...", "en una puesta de largo que vistió con una levita color crema...". Frases como ésta han aparecido en la prensa en los últimos días. Incluso en este periódico. También en la radio y en la televisión Sáenz de Santamaría ha sido cien veces Soraya.

Lo mismo que la candidata demócrata a luchar por la presidencia de Estados Unidos Hillary Clinton ha sido Hillary o la presidenta de Argentina Cristina Fernández, Cristina. También a Ségolène Royal se le llamaba casi siempre por el nombre de pila. Algo que sólo se emplea en las distancias cortas, que implica intimidad, cercanía. "Un síntoma de que se trata a las mujeres como invitadas toleradas en el espacio público y no como ciudadanas de pleno derecho", asegura Soledad Murillo, secretaria general de Políticas de Igualdad del Gobierno. "Una forma de intentar restar autoridad. Podría querer decir que hay una mayor proximidad pero resulta un poco sospechoso porque no se hace con los hombres", dice la ex ministra de Cultura Carmen Alborch.

Fernández de la Vega asegura que todavía hay mucha discriminación de género en la política. "Las parlamentarias padecemos el mismo sexismo que muchas otras mujeres. Sin embargo es cierto que estamos en mejores condiciones. Estamos aquí para conseguir que todas las mujeres consigan cotas de igualdad", dice. De opinión similar es la socióloga Inés Alberdi, para quien "el sexismo se usa para poner a las mujeres en inferioridad de condiciones. Cuanta más competencia hay -y en la política y en el mundo de la empresa la hay, y mucha- más se utiliza para señalar una debilidad. Para menospreciar y minusvalorar".

Aún hoy, en el siglo XXI, la idea de autoridad y poder está vinculada al estereotipo masculino. El hecho de emplear el nombre de pila para hablar de una mujer o mencionar su aspecto es sólo una muestra. "La mirada que se dirige a las mujeres políticas no es la misma con que se observa a los hombres. Las expresiones tampoco son las mismas. No hay comentarios sobre cómo visten los hombres o como se peinan", argumenta Fernández de la Vega. Esta mirada diferenciadora es, para Susana Camarero "un reflejo de que todavía existe un ramalazo de sexismo".

"Habría que preguntarse por qué suena mal decir José Luis para referirse al presidente del Gobierno y no nos chirría escuchar María Teresa, para hablar de la vicepresidenta primera", dice Pilar López Díez, profesora de Ciencias de la Información e investigadora de políticas de género y medios de comunicación. "El problema con el nombre propio es que sólo se usa en el caso de las mujeres, es una falta de respeto", dice. Muchos aseguran, sin embargo, que llaman Soraya a Sáenz de Santamaría porque su nombre es más sonoro o utilizan el nombre de pila para referirse a Hillary Clinton para diferenciarla de su marido. ¿Qué sucede sin embargo con Cristina Fernández o con Ségolène Royal? O más en la esfera local ¿por qué Pío (García Escudero, portavoz popular en el Senado) no se ve reflejado en los medios con toda la sonoridad de su nombre de pila?

Sean éstos, como dice Camarero -o no- los últimos coletazos de sexismo, aún siguen corriendo ríos de tinta sobre la ropa que llevan algunas mujeres del mundo de la política. Se ha hablado mucho sobre la extensión de las faldas de Royal o de la altura de sus tacones. Del cuidado aspecto de la presidenta de Argentina, que tuvo que esforzarse para que la llamasen por su apellido y no por el de su marido, el ex presidente Kirchner, y que se vio también obligada a explicar en la campaña electoral todos los detalles de su cosmética facial, ante la insistencia de muchos periodistas. La apariencia de la vicepresidenta Fernández de la Vega continúa siendo analizada minuciosamente.

Muchos recuerdan el día en que varias diputadas salieron del Congreso en protesta por unas palabras de Eduardo Zaplana, ex portavoz del PP en el Congreso, tras una cumbre internacional en Nairobi en la que María Teresa Fernández de la Vega se vistió con los trajes tradicionales y él la definió como "aficionada a disfrazarse".

La polémica tras las fotografías de las ministras en una revista de moda; o el día que José María Lassalle, diputado del PP por Cantabria, espetó a la ex ministra de Cultura, Carmen Calvo: "Señora ministra, a usted que le gustan tanto las declaraciones intempestivas y las sesiones fotográficas; a usted que, como decía ayer mismo no sólo nos obliga a aguantarnos a ver sus fotos en el Vogue, sino incluso a verla luciendo unos vaqueros y una camisa muy mona...".

Carmen Alborch todavía bromea sobre el alboroto que se montó en 1993 cuando llegó por primera vez al Congreso. La acababan de nombrar ministra de Cultura. "Se organizó cierto jaleo. Yo nunca pensé que fuera por mí. Luego una periodista me preguntó y caí en la cuenta". Su negra melena, de la que sobresalía una mecha roja, llamó la atención de diputados y periodistas. "Siempre la apariencia física... desde entonces siempre digo como ejemplo que los centímetros de mi falda no tienen que ver con mi capacidad", dice Alborch.

Frases y comportamientos como los anteriores podrían quedar en la simple anécdota. Sin embargo, no hacen más que demostrar el hecho de que todavía hoy la mujer es primero mujer y después profesional, no sólo en el ámbito de la política. Se suele decir que una mujer que ha triunfado siempre será una mujer que ha tenido éxito. En el caso de los hombres sólo es alguien que ha tenido éxito.

Esa tendencia no es única. "La descripción como la niña que se hace de algunas mujeres, y si son jóvenes, más, como en el caso de Soraya Sáenz de Santamaría, es intolerable. Yo estoy orgullosa de que sea la portavoz de mi grupo, y además abogada del Estado. Nadie cuestiona ni habla en esos términos de un hombre", reclama la diputada Susana Camarero.

Reseñar esa característica femenina es para Inés Alberdi una forma más de "señalar" que la política no es un "lugar femenino". Una predisposición a marcar que no es terreno de las mujeres. "Se ve claramente cuando se le da importancia a su aspecto físico, a si tienen hijos o a si están casadas o no. Y eso se hace constantemente. No hay más que recordar el caso de Ségolène Royal. No cesaban de preguntarle quién iba a cuidar a sus cuatro hijos si ganaba las elecciones a la presidencia francesa. Eso con los hombres no ocurre", reclama la socióloga.

La diputada Camarero rememora varias entrevistas en las que se le ha preguntado a la portavoz de su grupo si está casada, si va a ser madre... "¿Por qué tienen que preguntarle estas cosas...? Nadie habla sobre si Costa está casado, o de si lo está Manuel Pizarro", dice. "A la vicepresidenta siempre se le ha mirado con lupa. A Solbes no se le ha cuestionado si está gordo, delgado o normal...", remata.

Y es que la frivolidad que se usa para describir a las mujeres en política no se suele emplear con los hombres. "Hay varones que se cuidan muchísimo y sin embargo no despiertan los comentarios que se hacen de las mujeres, a quienes se atribuye ese cuidado como un déficit de su capacidad", critica Rosa María Peris, directora del Instituto de la Mujer. Parte de culpa de ello la tienen, para la profesora Pilar López Díez, los medios de comunicación, que siempre muestran de la mujer la misma imagen estereotipada: cuidadoras, amas de casa, esposas, madres o hijas de un hombre.

Pero son comportamientos que, según la diputada socialista Carmen Hermosín, están muy arraigados. "El machismo está muy en el fondo de las personas. Las cosas han cambiado y hay personas que tienen autocontrol. Otros, no", comenta.

Como Hermosín, la mayoría de las mujeres coinciden en que se ha avanzado mucho. Fernández de la Vega resalta que esos logros han sido gracias a la conquista de las propias mujeres y de algunos hombres. "Nos queda un enorme trecho", reconoce, sin embargo. La mujer aún no ha terminado de integrarse por completo en todos los ámbitos de la sociedad. A pesar de la Ley de Igualdad, en las últimas elecciones sólo hay 124 diputadas -una menos que en 2004-, cifra que no llega ni al 36%, aunque la normativa no permitía presentar en las listas electorales a menos de un 40% ni a más de un 60% de ninguno de los dos sexos en cada tramo de cinco candidatos. Queda aún mucho por hacer. Las mujeres sólo representan un 6% en los consejos de administración de las empresas que cotizan en el Ibex.

Ciertos adjetivos se emplean todavía de manera distinta para definir a hombres y mujeres. "El hecho de ser ambiciosa, por ejemplo, se utiliza como negativo cuando se habla de una mujer", dice Susana Camarero. El mismo comentario lo hace Carmen Alborch: "Una mujer ambiciosa parece que es algo negativo, pero tener ambiciones en la vida no es nada malo".

Circunstancias como esas obligan a las mujeres a mostrar continuamente sus habilidades y a ganarse cada día el puesto. "La labor política de una mujer se observa desde otra perspectiva. Siempre una mujer tiene que demostrar mucho más su valía que los hombres. A ellos se les da por supuesto", asegura María Teresa Fernández de la Vega. "Hay una doble vara de medir, un cuestionamiento de por qué estamos aquí", añade Alborch.

En ocasiones este examen perpetuo lleva a las mujeres a ponerse una coraza por la que después, muchos las definen como "duras", como destaca Susana Camarero.

A las mujeres líderes siempre se las ha reflejado de la mano de un hombre. Marido, padre, hermano. "Hillary Clinton de la mano de su marido, Indira Gandhi de la de su padre o la paquistaní asesinada Benazir Bhutto, hija de Alí Bhutto", dice Carmen Alborch. No sólo el sexismo es síntoma de desigualdad. También de paternalismo. "Una de las peores discriminaciones, porque no permite réplica. Se hace desde el cuidado no solicitado y te sitúa como menor", explica Soledad Murillo.

Muchos analistas no sólo destacan la profesión de abogada del Estado de la nueva portavoz del PP, sino que además dicen que es una persona muy lista, para inmediatamente cuestionar si sabrá desempeñar el cargo para el que ha sido llamada, porque la política es la política y hay que saberla llevar. ¿Se hubiera dicho lo mismo de un hombre con las mismas credenciales?

No hay comentarios: