España es el país de la UE con más extranjeros, sólo superado por Alemania
ELMUNDO.es hace un recorrido para ver dónde viven y cómo son
Khalid Chakrane es un marroquí que trabaja en un banco en Madrid
Irina y Mario son rumanos que recolectan la aceituna en Huelva
Como muchos jubilados europeos, Derek Workman se ha afincado en Valencia
Melva Castillo es una ecuatoriana encargada de un bar en la capital
Ana del Barrio | Mario Viciosa y Daniel Izeddin (vídeo) | Madrid
Actualizado jueves 04/11/2010 09:45 horas
Disminuye el tamaño del texto
Aumenta el tamaño del texto
Comentarios 147
En tan sólo diez años, España se ha convertido en el país de la Unión Europea con un mayor número de extranjeros, tan sólo superado por la superpoblada Alemania [vea el gráfico]. Nuestro país ha vivido un auténtico 'boom' demográfico tras la intensa llegada de inmigrantes, que ahora se ha frenado con la recesión económica.
A 1 de enero de 2009, vivían en España 5.651.000 extranjeros no nacionalizados, es decir el 12,3% de la población de casi 46 millones, el doble de la media comunitaria, según los datos de Eurostat. Rumanos, marroquíes y ecuatorianos son las nacionalidades mayoritarias de los inmigrantes afincados en nuestro país. Pero, ¿cómo son? ¿dónde viven? ¿se han integrado en la sociedad española? ELMUNDO.es ha hecho un recorrido por la geografía española para contar su testimonio:
Khalid Chakrane, marroquí que trabaja en un banco en Madrid
La vida de Khalid Chakrane se aleja de los tópicos. Este inmigrante marroquí ni llegó en patera ni trabaja en la construcción ni chapurrea el español. Khalid alcanzó las costas españolas en barco, estudió Filología Inglesa y ahora trabaja en el banco marroquí Wafa Bank, que cuenta con dos sedes en Madrid.
No por ello sus comienzos fueron fáciles. Ha hecho de todo: desde trabajar como camarero hasta de profesor de inglés, de mediador social e incluso figurante de películas. Su gran oportunidad llegó cuando le contrató el Consulado de Marruecos por sus buenas relaciones con la colonia de inmigrantes marroquíes que vive en España y de ahí, logró dar el salto a la banca privada donde trabaja actualmente.
Khalid consiguió los papeles allá por el año 91 durante el Gobierno de Felipe González. Eran otros tiempos. Los inmigrantes eran bien recibidos y, según relata, se les trataba incluso como si fueran invitados. Nada que ver con los portazos que reciben ahora.
No tuvo dificultades para regularizar su situación y tampoco las ha tenido a la hora de integrarse en la sociedad española. "Yo no me quejo porque no he vivido muchos problemas, pero hay que tener un comportamiento cívico. Yo les digo a mis tres hijos, que ya son españoles: 'Si tú no comes jamón, respeta a quien come jamón. Si tú no bebes, respeta a quien bebe. Si tú eres musulmán, respeta al cristiano. No pienses que sólo tu cultura es la buena'", explica Khalid en un español impecable.
No obstante, reconoce que, en ocasiones, ha tenido que vencer los prejuicios de los españoles: "Cuando compré mi piso en Carabanchel, los vecinos se asustaron y pensaban: 'que viene un moro'. Ahora están encantados conmigo", comenta.
Sabe que con la recesión económica no corren buenos tiempos para los inmigrantes, porque cuando hay problemas se echa siempre la culpa al de fuera: "La crisis está afectando a los marroquíes. Muchos se han vuelto. Ahora, Marruecos es como si fuese un país virgen y los sueldos de 500 o 600 euros ya no son tan bajos. De hecho, hay albañiles españoles que se están yendo a trabajar a Tetuán", asegura frente al Consulado de Marruecos en Madrid.
Y, desde luego, da un consejo a sus compatriotas: que no emigren ahora. "Antes eras como un invitado. Ahora es muy difícil y hay muchos problemas. Ven como que les estás quitando el puesto de trabajo. Europa está cerrando las puertas y yo les recomendaría que buscasen oportunidades en África. El futuro es el sur", afirma convencido.
Irina y Mario, rumanos recolectores de aceituna en Huelva
Irina y Mario son rumanos. La vida, después de varios años de rumbo errático por España, los llevó a Lebrija, un pueblo limítrofe entre las provincias de Sevilla y Cádiz. A pesar de las dificultades, se consideran unos afortunados.
Viven de forma austera pero están satisfechos con lo que han conseguido. Un último trámite les separa de la felicidad plena: aún deben traerse a su hija Florentina, de seis años, que vive con sus abuelos en Giugiu, una ciudad al sur de Rumanía, muy próxima a Bulgaria.
La licenciatura en Economía le ha servido poco a Irina, de 38 años. Ahora trabaja junto a su marido en la recolección de aceitunas de mesa en Hinojos en Huelva. Ella no se avergüenza. "¿Qué puedo hacer?", pregunta resignada. "Para tener dinero tengo que hacer lo que sea", confirma. Los continuos viajes en busca de las campañas agrícolas impiden a esta rumana traerse a su hija menor ya que, para atenderla, tendría que dejar de trabajar.
El campo exige importantes sacrificios. Mario, a sus 32 años, trabaja de sol a sol. Lejos está el tiempo en el que la construcción garantizaba un sueldo fijo. Como él, muchos españoles viven las dificultades de la crisis. "Ahora los jóvenes saben lo que vivieron sus abuelos", confiesa este rumano. Las dificultades han mejorado la empatía entre inmigrantes y españoles. "Se nos entiende mejor y eso facilita la integración", revela, pero admite que siguen habiendo prejuicios.
"Los españoles no son racistas y la fama de los rumanos está, a veces, justificada". Esta pareja ha vivido en sus carnes las fechorías de sus compatriotas, que se aprovecharon de ellos al poco tiempo de llegar al país, cuando aún no conocían el idioma. Una mañana, al despertar, descubrieron que les habían robado lo poco que tenían.
Afortunadamente dormían y su hija de 18 años, Larissa, estaba fuera de casa. "España tiene las puertas muy abiertas", avisa Mario. "Lo que tendrían que haber hecho es controlar más a los que llegan. A mí también". El problema, según explica Mario, es que "Rumanía no ha entendido bien lo que es la democracia". "La gente para sobrevivir necesitaba robar en las fábricas y en el campo y ese modo de vida se lo han traído consigo a España", admite Mario. La fórmula para desestigmatizar a los rumanos es simple: "Si eres formal, te quedas; si no, que te echen", sentencia.
Irina, Mario y su hija Larissa viven felices en Lebrija. El Ayuntamiento les ha facilitado una casa de renta baja por 130 euros al mes. Pero saben que los problemas volverán. "La lucha no debe parar nunca", advierten. "Nuestro caso tiene un final feliz". La vuelta a Rumanía sólo se plantea si es para visitar a la familia, pero siempre con billete de vuelta.
Derek Workman, inglés jubilado aficando en Valencia
Derek Workman, natural de Newcastle, en el norte de Inglaterra, no vino a España "en busca de sol y vino barato". Aterrizó hace 11 años en tierras alicantinas atraído por los encantos de una mujer española y, en apenas cuatro meses, ubicó su residencia en la capital del Turia, maravillado por los encantos de una ciudad y un país en el que había descubierto "mucho más que la costa".
Derek, de 62 años, es un guiri atípico. Rechaza los 'guetos' en los que, según él, viven muchos de sus compatriotas y disfruta cada día con la aventura de descubrir un país en el que, a su juicio, se es bastante tolerante con los inmigrantes.
Destaca la mezcla de culturas y la convivencia en Ruzafa, el barrio en el que vive, en pleno corazón de Valencia. Recorre la urbe en bicicleta y se gana la vida como crítico de restaurantes y hoteles, autor de guías turísticas y colaborador en revistas especializadas británicas, si bien ha escrito artículos para publicaciones de medio mundo, desde Estados Unidos a Nueva Zelanda, pasando por Italia y Sudáfrica.
Derek Workman dejó en Inglaterra dos hijos que hoy tienen nietos. Los pequeños son lo que más echa de menos de su patria, y por eso tiene el piso prácticamente empapelado con las sonrisas de los niños. No tiene dudas de que ahora su país es España.
De lo que nunca escribirá es de religión, deporte y política. Derek se siente plenamente integrado, como sus amigos ingleses, americanos, irlandeses y árabes, aunque le sigue chocando entrar al restaurante español 'Don Pedro' y encontrarse con el local repleto de ciudadanos chinos. "Tengo mis ideas, pero como 'guiri' no puedo criticar al Gobierno que me acoge, ellos conocen mejor el país".
Melva, ecuatoriana encargada de un bar en Madrid
Melva Castillo es una luchadura nata. Desde que llegó a España en el año 2001, no sabe lo que es estar en paro. Ha pasado por todas las etapas de la escala social por las que suele atravesar una inmigrante latinoamericana: comenzó en el servicio doméstico limpiando casas y cuidando niños, luego dio el salto al sector servicios trabajando de camarera y de cajera, y, ahora, es la encargada de un bar en el madrileño barrio de la Alameda de Osuna.
Pese a los más de cuatro millones de parados, esta joven, de 28 años, insiste en que "el que no trabaja es porque no quiere trabajar. Trabajo hay. En el bar ha venido gente a hacer entrevistas y que dice: 'Por lo que me van a pagar, prefiero seguir en el paro'".
Para su madre, Antonia, la cosa no fue tan fácil. Dejó atrás a cinco hijos y les costó mucho adaptarse: "Se lleva muy mal. A la pequeña nunca la había dejado sola. Se quedó con mi hermana. Allí, en Ecuador, la vida es difícil por los malos gobiernos. Eso es lo que nos empuja a emigrar".
Antonia consiguió los papeles en la última regularización de Jesús Caldera y ahora, ya ha obtenido la nacionalidad española. Trabaja en una residencia de ancianos, después de haber cuidado a un discapacitado mental y de haber trabajado en un hotel de lujo que la despidió por haberse cortado el tendón de un dedo. "Ahora sí que está difícil. Mucha gente se está regresando y acogiendo al retorno voluntario. Pero les aconsejo a todos que sigan adelante y no se dén por vencidos", explica desde el bar.
Contra todo pronóstico, Melva se muestra a favor de que se endurezcan los controles policiales para frenar la inmigración irregular "porque no se puede permitir que venga cualquiera". Y recomienda a sus compatriotas que se lo piensen mucho antes de emigrar, porque la experiencia es muy dura: "Muchos se piensan que al llegar aquí todo es fácil y que vienen a pasarlo bien. Pero hay que tener las ideas muy claras, porque van a sufrir para salir adelante", aconseja desde su bar en la Alameda de Osuna.
Este reportaje ha sido elaborado con información de Iván Gutiérrez (Valencia), Pepe Barahona y Jesús Morón (Sevilla)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario