“Ahora mismo el negocio de la televisión está en menos manos que nunca, cuando hay más canales que nunca”. La frase pertenece a uno de los mayores expertos del sector, para quien está claro que el negocio televisivo no está en las audiencias, sino en la publicidad, en la cuota de mercado publicitario. Como dice Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, “mi obligación no es entretener o educar a la gente, sino conseguir espectadores para vendérselos a los anunciantes”. Dos frases para enmarcar la situación de un sector crucial, según la clase política, para domeñar el voto, y que después de casi siete años de Gobierno socialista, después de la literatura desplegada sobre la necesidad de conceder nuevas licencias y repartir canales entre amigos varios, todo ello en aras de la libertad de expresión, faltaría más, ofrece una foto fija tan escandalosa que debería provocar, si no una movilización ciudadana, si al menos una reflexión colectiva sobre los caminos por los que transita este país. Resulta que, tras la decisión adoptada el 29 de octubre por la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) aprobando la fusión Telecinco-Cuatro, y con la operación Antena3-laSexta en ciernes, los dos grandes grupos de comunicación citados se van a zampar el 83% de la tarta publicitaria global, que es donde está el meollo. El resto, los tropecientos canales de la TDT que pugnan diariamente por un átomo de audiencia, a verlas venir. A la luna de Valencia. Lo asombroso del asunto es que ambos grupos están en las manos finalistas de Silvio Berlusconi y la familia De Agostini. Un sector estratégico, clave para el normal desenvolvimiento de una sociedad democrática, convertido en un oligopolio en manos extranjeras.
Imposible entender la dimensión de la tropelía cometida por este Gobierno sin intentar urgente repaso de lo ocurrido en el mundo de la televisión desde la llegada de Zapatero al poder. En noviembre de 2005, el aludido puso en marcha la gran operación mediática que iba a marcar su Presidencia mediante la creación de grupo audiovisual propio, gestionado por sus amigos Roures, Contreras & Cía. A tal efecto, otorgó un nuevo canal de TV en abierto, La Sexta, cuando ya había fecha fija para el llamado “apagón analógico”. Unos meses antes y en plena desbandada veraniega (30 de julio), el Ejecutivo, violando letra y espíritu de la Ley, había autorizado la conversión de un canal de pago (Canal Plus) en otro en abierto (Cuatro), logrando así cerrar la boca del grupo mediático de Jesús Polanco. El escándalo implícito se vistió con el lenguaje falsario de las grandes ocasiones: la concesión de nuevas licencias se hacía en aras de “aumentar el pluralismo e incrementar la oferta”, porque, además, había “espectro de sobra”, y los nuevos canales cabían en un mercado publicitario que a la sazón atravesaba un boom. La vicepresidenta De la Vega, mandatada por ZP, cerró un pacto con los dueños de los grupos multimedia a base de promesas de dinero público, logrando que Alechu-Vasile (Telecinco) y Lara-Carlotti (Antena3) se tragaran sin rechistar el sapo de dos nuevos competidores, y metiendo en el mismo paquete a Unidad Editorial (Veo TV) y a Vocento (Net TV). Tutti contenti.
Pero, a lo largo de 2009, a cuenta del drástico cambio de tendencia del mercado publicitario motivado por la crisis y del nivel de endeudamiento asumido por los prohombres del sector, la situación se tornó tan dramática que el Gobierno tuvo que salir al rescate de todos, amigos y menos amigos. De pronto no había cartas para tantos jugadores, porque la tarta publicitaria no daba más de sí, y había que proponer fusiones a toda velocidad, juntar meriendas a uña de caballo. Para hacerlo posible, el Ejecutivo eliminó en febrero 2009 el tope (5%) que limitaba la participación de un mismo accionista en más de una cadena. Con el habitual desparpajo socialista a la hora de retorcer la ley, De la Vega aseguró que el nuevo Decreto venía a “avanzar en la liberalización del sector y garantizar la transparencia y el pluralismo…”. Pero ese era solo la mitad del regalo. La otra mitad llegaba en julio del mismo año: para que se fusionen con garantía, vamos prohibir la contratación de publicidad por parte de TVE (unos 500 millones de euros), de modo que ustedes puedan repartirse esa pasta en comandita. Abrir la caja de la televisión pública y repartir su contenido entre unos cuantos. Fusiones privadas con dinero público. No sin ciertas dosis de sorna, el atraco fue bautizado oficialmente como “Ley de financiación de TVE”.
Fernández de la Vega hasta las cachas
En hacer realidad este engendro se ha empleado con total dedicación la ex vicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, se supone que gratia et amore, ahora premiada con un puesto vitalicio en el Consejo de Estado. El resultado del escándalo tiene cifras frescas: solo en los nueve primeros meses de este año Telecinco ha facturado más de 622 millones de euros, un llamativo 45,2% por encima del mismo periodo de 2009, mientras Antena3 ingresó 570, con incremento del 15%. Se entienden los elogios encendidos de Alechu Echevarría, presidente de Telecino, a De la Vega caya vez que asistía a un acto público con la vice. “Estamos muy contentos por las cosas que el Gobierno está haciendo por nosotros”, dijo el citado, presidente de la patronal Uteca, en ocasión reciente. Parodiando la frase de la desdichada Jeanne Manon Philipon camino del patíbulo, cabría decir aquello de ¡Oh Democracia, cuántos abusos se cometen en tu nombre!
El proceso culminó hace unos días con la CNC -ahora integrada en exclusiva por consejeros del PSOE- rubricando la fusión entre Telecinco y Cuatro. Ambas cadenas convivirán por separado bajo el control único de Mediaset, el holding Berlusconi. El acuerdo plantea que la italiana comprará Cuatro y el 22% de Digital+ a Prisa, a cambio de 500 millones de euros en efectivo y el 18,3% de Telecinco. Como Telefónica no ha tenido más remedio que hacerse cargo de otro 22% de Digital+, que para eso -un roto y un descosido- está el gigante que preside Alierta, tito Berlusconi ha ideado una jugada meravigliosa: “tú pones la pasta, César, que de eso vas sobrao, y yo me encargo de la gestión, que en España no sabéis hacer televisión de pago”. De modo que hemos acabado con la TV de pago y, además, hemos entregado la tele en abierto a los gentiluomi transalpinos. La operación era vital para la supervivencia de Prisa. Han bastado 9 días para que Pérez Rubalcaba, hombre fuerte del nuevo Gobierno e íntimo de Cebrián -buen amigo de Vasile también-, acabara de un plumazo con los casi ocho meses de dudas de Luis Berenguer, presidente de la CNC, que ha tenido que soportar presiones sin cuento de De la Vega, además de tener que recibir al citado Vasile y al propio hijo de Berlusconi, ahora cuasi residente en Madrid. Nada ha podido contra Rubalcaba. Nada, tampoco, ZP contra Paolo, a quien se ha querido cepillar por culpa de unos comentarios despectivos pronunciados en 2004. No lo ha permitido Berlusconi. La venganza ha consistido en no recibirlo en Moncloa desde entonces.
El creciente poder italiano en España
Y al caer está el anuncio de fusión entre Antena3 y laSexta (con la mexicana Televisa presionando para poner en valor su 40%), y con más motivo aun que el anterior: María Teresa se ha empleado a fondo tratando de evitar la quiebra del Grupo Planeta de José Manuel Lara (espléndido el esfuerzo desplegado por su embajador plenipotenciario en Madrid), y no vamos a dejar en la estacada a los amigos del Presidente, con Roures a la cabeza. El cuadro que se adivina tras el desvergonzado intervencionismo gubernamental en un sector estratégico como el de los medios no puede ser más preocupante en términos de calidad democrática. Dos grandes grupos privados controlando el 83% de la tarta publicitaria; dos ejecutivos italianos -Maurizio Carlotti en Antena 3 y el omnipresente Vasile en Telecinco) decidiendo qué es lo que tienen que ver los españoles en TV cada día, y un practico oligopolio a dos bandas en manos de accionistas extranjeros. Los italianos controlan buena parte de la energía (Enel) y gran parte de los medios de comunicación españoles. Y sin reciprocidad ninguna, que ahí está Telefónica, por ejemplo, empantanada con Telecomn Italia, para demostrarlo. En la sombra, aliados tan poderosos como Fainé (Caixa), Rato (Caja Madrid) y Pérez (ACS), unidos todos por la argamasa de Borja Prado (presidente de Enel y del italiano Mediobanca en España).
Queda una TVE cada día más abocada al declive, regida de facto por un Consejo cuyo control se arroga Miguel Angel Sacaluga, hombre del apparatchik socialista que apadrinan José Blanco y De la Vega, porque el poder no está en manos del venerable Oliart. Los rectores de la cosa, además, han decidido que la tele pública no compita con los canales privados en los grandes eventos deportivos, seguramente porque en Moncloa han decidido darle la puntilla. Y quedan las televisiones autonómicas, endeudadas hasta las cejas, y multitud de pequeños negocios y negocietes digitales que, a base de las migajas publicitarias que dejan los grandes, malviven en espera de algún despistado con pasta que aparezca de la nada dispuesto a comprar, pues que nadie ve tales canales porque a nadie interesan. Y bien ¿qué dice la izquierda del espectáculo a grandes rasgos aquí descrito? ¿Qué, los señores de la ceja, esa progresía patria del mundo del arte afincada en la subvención? Todos callan cual muerto, en espera del próximo reparto. ¡Porca miseria!
domingo, 7 de noviembre de 2010
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