domingo, 16 de marzo de 2008

ABC.es: opinion - firmas - El palmero de Zapatero

ABC.es: opinion - firmas - El palmero de ZapateroPARECE ser que «el chiki chiki mola mogollón» en una España en la que la perversión del sistema educativo y la degeneración de las ofertas audiovisuales, trabajando al alimón, han conseguido que el mal gusto y la zafiedad sienten sus reales, marquen lo que se lleva, influyan en el lenguaje y hasta condicionen algunos rasgos de la conducta pública de los grandes líderes. José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, camina por esos derroteros. Del mismo modo que hace unos cuantos años Pedro Pu- bill Calaf, más conocido como Peret, acompañado por sus elegantísimos palmeros, comparaba nuestra ignorancia con la de los asnos -«Borriquito como tú, que no sabes ni la U»-, el líder socialista se ha buscado un palmero de importación, un tal Philip Petit, profesor en Princeton, pensador a la medida, que, tras reconocer que Zapatero «ha ayudado a las mujeres, a los inmigrantes y a los homosexuales», asegura que el renovado presidente «sigue con sobresaliente». Es justo que «lo bailen en China y también en Alcorcón».
Chiquilicuatre y Zapatero, cada cual a su modo, son síntoma y reflejo de la realidad española. Ambos cuentan con el respaldo de un buen número de votantes y concuerdan con el gusto y la estética, los planteamientos y la praxis, de una población que desprecia el esfuerzo, desestima la excelencia, confía en que el Estado resuelva todos sus problemas y se reconforta con su propia y grosera pequeñez. Chiquilicuatre y Zapatero son las proyecciones, en el espectáculo y en la política, de una sociedad dispuesta a admitir que el grafiti es un arte, que las televisiones al uso constituyen un medio informativo y la cultura no es otra cosa que una lápida que aplasta nuestra creatividad.
En ese ambiente de menosprecio de los valores clásicos y exaltación de la pequeñez propia no es raro que Marta Ferrusola, acreditada florista y esposa de Jordi Pujol, diga que le molesta «mucho» que el actual presidente de la Generalitat sea «un andaluz que tiene el nombre en castellano». No es que esa España deforme, hueca, insostenible y áspera la haya creado Zapatero. Ni él, con su gran capacidad demoledora, podría conseguirlo en sólo cuatro años de poder. Es algo que viene de viejo, que se criptó en la Restauración, se perpetuó en la República, cuajó en la Guerra Civil, creció en el franquismo y alcanza ahora su plenitud, tras haber debilitado el poder moderador de la Constitución.
Estamos en el pórtico de una nueva legislatura y bueno sería que todos, especialmente Zapatero y Mariano Rajoy, tomaran en serio, como propósito compartido, una seria regeneración de España. En lo democrático y en lo cultural. Los jevis y los friquis, que también tienen sus derechos, no pueden, desde su risible minoría, ocupar el centro de la Nación y convertirse en ejemplo para la juventud.
Un carnaval perpetuo no hay quien lo aguante.

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