Dos estilos, dos campañas
EL primero, no molestar. Le van a sacudir hasta en el registro del ADN, pero la consigna electoral del PP es evitar cualquier aspereza que pueda desatar la ira de una izquierda decepcionada por Zapatero. Los asesores de Rajoy pretenden conducirlo al poder por la gatera, y han diseñado una campaña «en positivo» que, frente al fracaso de hace cuatro años, cuando se le escapaban decenas de miles de votos por día, parece estar cuajando en algo parecido a una alternativa. En las dos últimas semanas, el PSOE ha perdido la iniciativa y se ha puesto nervioso; el líder popular ha ido emergiendo con propuestas que seducen a muchos votantes, mientras a Zapatero le pesa el error garrafal que cometió al dejar que se le viese el cartón en su confidencia a Gabilondo. Desde el momento en que toda España supo que la «tensión» era una estrategia, cualquier apelación truculenta que efectúe el presidente está condenada a pasar por una sobreactuación.
A Pepe Blanco no parece importarle la desactivación del factor sorpresa. Sus manuales de candidatos son un compendio de agresividad. Cuando está en apuros, el PSOE siempre vuelve al dóberman, pero esta vez los «cabezas de huevo» de Ferraz han azuzado al perro a morder al rival directamente en los genitales. Ya no se trata del infausto «cordón sanitario» de Federico Luppi; es que dentro de ese recinto de exclusión quieren emplumar con brea ideológica a los recluidos y luego forrarlos a tortas. La guía de campaña es una incitación al brutalismo, una soflama trincheriza, una arenga combustible. La obsesión socialista es sacar de casa a los abstencionistas, a los indecisos, a los desencantados; como no tienen nada que vender, y lo que venden no funciona, llaman a filas con una prédica incendiaria que estigmatiza a la derecha democrática como una sucursal del infierno de la sinrazón. No es una simple convocatoria al voto del miedo: es una dialéctica de hostilidad dramática, una satanización del adversario, una irresponsable excitación del instinto radical y del fundamentalismo sectario.
Frente a ese discurso cainita, el PP confía en ganar desde la serenidad que acaso le haya faltado durante la mayor parte de la legislatura. Se han invertido los papeles; parece que es el Gobierno el que fuese por detrás en las encuestas, a juzgar por cómo se desentiende de las propuestas y se lanza a la yugular del aspirante. En la historia electoral española, el PSOE suele crecer en la última semana, pero si los «peperos» atinan con otra idea-fuerza o le dan alguna vuelta de tuerca más a la economía y la inmigración, la victoria puede caer de cualquier lado. Ahora mismo, a quince días de la Hora H de las urnas, se enfrentan dos estilos, dos trayectorias: la fuerza tranquila de un Rajoy que ya cree seriamente en sus posibilidades y el frenesí arrebatado de un Zapatero que apenas si mantiene la sonrisa mientras sus huestes buscan al enemigo con el cuchillo entre los dientes. El PP puede ganar si no se deja enredar en la reyerta que le proponen los navajeros.
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