HUBO momentos en que lo puso en fuga. Esa sensación terrible, pavorosa, demoledora, de que un presidente huye de asuntos sobre los que no está en condiciones de debatir sin salir vapuleado. Terrorismo y modelo territorial: dos puntos débiles en los que no tenía escapatoria. Rajoy no se la dio. Encadenaba acusaciones como quien descarga una somanta de golpes, y Zapatero no pudo sino escaquearse del cuerpo a cuerpo. Simplemente, salió en polvorosa, con la mandíbula apretada y el rostro tenso de quien sabe que ha perdido la iniciativa.
Una cláusula no escrita del Pacto del Tinell -ése que el presidente dijo no saber de qué se trata, en vergonzoso escaqueo que su oponente no aprovechó- impide a Rajoy ganar cualquier cara a cara con el jefe del Gobierno. Es el correlato demoscópico de la teoría del «cordón sanitario»; el líder del PP sólo tiene el respaldo de sus simpatizantes, mientras Zapatero recibe los propios más los de los nacionalismos y de Izquierda Unida. Alrededor de diez puntos más, en cualquier encuesta, de los votos que puede cosechar el PSOE en solitario. Por debajo de esa escala hay que contar la distancia real entre uno y otro, y el lunes ese diferencial fue negativo en casi todos los sondeos. Por eso en el PP se apreciaba una aliviante sensación de triunfo -no aplastante, desde luego, pero triunfo- mientras los socialistas trataban de recrear artificialmente un clima de falsa euforia.
Las percepciones de un debate son siempre subjetivas; lo que para unos es contundencia otros lo ven como agresividad excesiva. Rajoy gustó más a sus votantes que Zapatero a los suyos, lo que también es un modo de ganar. Y fue palpable que en los primeros tres asaltos, tras un tanteo mutuo entre datos de economía -lección de síntesis para el bisoño Pizarro-, el presidente recibió una tunda, especialmente dura en el tercero. Luego, tras el descanso, se rehizo e intercambió buenos golpes, hasta llegar al último acto, trabado y áspero, hosco y desabrido. El final fue un estrambote en el que Rajoy patinó endilgando un discurso cursi, artificioso y postizo.
Otra cosa es que todo esto mueva un voto. Hubo momentos en que los dos rivales intercambiaban garrotazos como los gigantes de Goya, hundidos en el barro del cenagal político, ajenos a esos españoles que esperan que alguien les explique cómo estos dos púgiles se proponen conducir a la nación. Se supone que las propuestas las dejaron para la semana que viene, pero no está claro que en el fondo todo se vuelva a reducir a este bronco toma y daca de reproches. Sí lo está que a ZP se le fue borrando la sonrisa y crispando el rostro más allá de la sobreactuación a medida que su adversario lo acorralaba; a él, mucho más telegénico y seductor, un tipo peor encarado, con las mangas de la camisa algo cortas y el nudo de la corbata mal hecho le desnudó más de un par de veces y le obligó a ponerse a la defensiva. El maquillador le había marcado mucho las cejas, resaltando los ángulos circunflejos, pero fue Rajoy el que de verdad le pintó la cara.
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