El noviciado de Pizarro
LOS debates en política no los gana el que tiene mejores ideas, sino el que mejor las expone, el que encuentra el modo de convertirlas en argumentos con los que elevarse sobre el adversario. Por eso Manuel Pizarro perdió frente a Solbes, al que permitió que lo tratase con la suficiencia de un profesor que examina a un aspirante. Iba cargado de propuestas interesantes y tenía a su favor la evidencia de los malos datos de la economía, pero con gran bisoñez se dejó llevar hasta los terrenos que su rival dominaba con mayor soltura y no halló manera de resaltar sus debilidades. Enredado en la madeja de cifras y acaso agarrotado por los consejos de sus asesores, se olvidó de su fuerza demótica, trabó su habitual lenguaje directo en una jerga de iniciados y le dejó todas las bazas al vicepresidente, que manejó la discusión a su medida para ganarle sin abusar y casi sin despeinarse. Probablemente Pizarro tenía de su lado la razón, pero fue Solbes el que logró que prevaleciese la suya.
Fue un venial pecadillo de inexperiencia, un noviciado que le vendrá bien para entender lo canalla y difícil que es la política, donde no rigen las leyes de la empresa y donde cualquier tipo curtido te puede hacer un nudo con tus propias cuerdas. Pizarro es más humilde de lo que parece, y muy tesonero, y aprenderá como ha aprendido de todas sus experiencias. La del debate no ha sido desde luego el mejor favor que podía hacer a su flamante causa, y va a poner un poco de contraste a su fulgurante irrupción en la escena pública, pero los listos extraen consecuencias de sus tropiezos. Quizá la más clara y aprovechable sea la de que le conviene ser fiel a sí mismo, y que la hora de la verdad es mal momento para experimentar nuevas técnicas, por muchas recomendaciones que aporten esos gurús que cobran por equivocarse y encima hacen que otros se equivoquen por ellos.
En todo caso, esta clase de reveses vuelven a la gente más correosa. Nadie nace sabiendo; hasta Aznar y Zapatero tuvieron que perder varios debates parlamentarios contra González y el propio Aznar para emerger con su propio liderazgo. A Pizarro, que es mucho mejor de lo que pareció la otra noche, le faltó punch, pegada, instinto, y sobre todo le faltaron tablas para enfrentarse a un comepapeles como Solbes, baqueteado en mil bregas presupuestarias, y le conviene irse curando de arrogancias porque la política da muchas cornadas intempestivas. Con todo, no cayó por K.O, y supo colocar un par de mensajes muy nítidos y bien enunciados. A veces, un paso atrás sirve para tomar impulso.
Por lo demás, hay que felicitarse de que fuese un debate de caballeros, insólito en esta campaña de tintes bellacos y agresiones rufianescas. Se trató de un enfrentamiento legal, civilizado y elegante, en el que nadie cuestionó escenario, tiempos ni arbitrajes. Cuando dos personas decentes se lo proponen, la política es una actividad noble, aunque desde luego resulte más aburrida que una reyerta a navajazos.
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