ABC.es: opinion - firmasM. MARTÍN FERRAND
LO peor de la política española, de los planteamientos de sus líderes, es que aquí largo plazo, exagerando, significa un mes; medio plazo, ponderando, quince días y corto plazo, ajustando tiempos, es esta tarde. Las prisas, que suelen ser hijas de la improvisación y la ausencia de rigor, pueden mucho y por ello, incluso en campaña electoral, se habla poco del mañana, de los proyectos que pueden llegar a mejorar y hacer más grata la vida de nuestros nietos. Esa niña surrealista que Mariano Rajoy alumbró en el epílogo de su debate con José Luis Rodríguez Zapatero es posible que llegue a tener empleo y saber idiomas; pero, ¿podrá saber a qué atenerse?
Aun asumiendo que, por naturaleza, el hombre es una duda continua, conviene que la Nación en que se incluye y el Estado que le ampara le aporten certezas. Sobre todo certezas jurídicas -saber a qué atenerse-; pero también otras que, a manera de reglamento para la convivencia, no le hagan depender del capricho o la fuerza de unos pocos. Supongo que el debate del próximo lunes abundará en proyectos de futuro; pero convendría que ninguno de los dos aspirantes a las llaves de La Moncloa se quede en una propina fiscal, una ayuda a los viejecitos o una promesa de guarderías. Todo eso está muy bien y bueno es que se anuncie, prometa y ejecute. Esa es la sustancia del centro y el aporte del Estado de bienestar; pero, ¿cuál es, a larguísimo plazo, el proyecto nacional que pretenden los líderes del PSOE y el PP?
Lo coyuntural luce mucho y es tan inevitable como efímero. La gran política democrática, la que forja naciones fuertes y capaces de ser amadas por sus ciudadanos, necesita cimientos hondos, sólidos y con vocación de perpetuidad. Aquí, hace 30 años nos dimos una Constitución que ya no nos sirve, que ha sido superada por los hechos autonómicos que, utilizando los estatutos como palanqueta, han dejado vacía la caja de los proyectos y el poder del Estado. Y ahora, ¿qué?
Ni Rajoy ni, mucho menos, Zapatero, los dos en fiebre electorera, quieren comprometerse demasiado en sus expresiones públicas y por eso recurren al chusco procedimiento de que, tras un debate, salgan a la palestra sus hermeneutas principales, tal que Pío García Escudero y José Blanco, y nos den una versión explicativa de lo que acabamos de oír. El resto de los acólitos de cada una de esas dos principales cofradías abundan después en más de lo mismo. Vale, es un método. Una liturgia que tapa alguna de nuestras muchas escaseces democráticas; pero, llegado el momento en que estamos, los ciudadanos responsables, votantes de cualquiera de los dos grandes partidos, necesitan saber el proyecto de España que defienden sus líderes y, por ello, los límites de sus pactos con las minorías que -¡gran paradoja!- acuden al Congreso y al Senado de España para poder dejar de ser españoles. - El estado y su certeza
miércoles, 27 de febrero de 2008
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