miércoles, 27 de febrero de 2008

El Semanal Digital

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"BIEN", DIJO PEPIÑO, "BIEN"

Caldera, Blanco y Rubio, los primeros en "calar" que algo no marchaba

Soledad Simancas

Zapatero salió del debate ávido de que le dijesen cómo había estado. Oficialmente, hubo palmadas en el hombro, pero si se decretó el cierre de filas en todo el partido fue por algo.



27 de febrero de 2008



BIEN, BIEN


Blanco felicitó a su jefe al concluir el debate, como es preceptivo. Pero el análisis vino después, y no es tan halagüeño.


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Jesús Caldera se incorporó tarde el lunes a su lugar en el cuartel general de la calle de Ferraz para seguir por televisión el debate entre su líder, José Luis Rodríguez Zapatero, y el oponente, Mariano Rajoy. Compromisos de campaña en Valladolid le habían retenido más de la cuenta y cuando quiso llegar a Madrid todo estaba ya en marcha. "¿Cómo va?", preguntó el jefe de campaña socialista a sus compañeros de partido nada más entrar en la sala donde veían el cara a cara. Nadie quiso precipitarse al contestar. En sus caras adivinó el ministro de Trabajo que las cosas no marchaban bien para los intereses socialistas.

Así era. Rajoy sorprendía al presidente del Gobierno y lo arrinconaba una y otra vez. La estrategia repasada mil veces para el debate había saltado en pedazos desde el pitido de inicio. El comienzo de Rajoy, captando de inmediato la atención de los espectadores, con una pregunta demoledora para Zapatero, había obrado el milagro de sacar de sus casillas al tranquilo candidato-presidente. Los que conocen bien al líder socialista sabían que el guión se rompía. A partir de ahí, todo podía ocurrir.

Los malos presagios de los fontaneros socialistas al ver cómo se desarrolló la apertura fueron confirmándose con el paso de los minutos. Zapatero jamás consiguió llevar la iniciativa, tal como marcaba el guión de un debate en el que tenía la oportunidad de cerrar todas las intervenciones. Las preguntas de Rajoy martillearon a su oponente y le descentraron en unos alegatos finales en los que debía introducir el tono más personal y cercano pero que no dejaron nunca de sonar fingidos; Zapatero no logró sentirse cómodo por culpa del marcaje férreo al que le sometió un Rajoy mucho menos tenso.

Al término del debate nadie en Ferraz, incluidos los seis asesores de plena confianza que formaron como guardia pretoriana de Zapatero en Ifema, tenía dudas de que Rajoy se había llevado el gato al agua. La neutra respuesta, "los dos bien", que -según cuentan- Pepiño Blanco dio al estrechar la mano de su jefe una vez había terminado todo, cuando éste le inquirió ávido de impresiones, llenaron de preocupación y nervios al propio Zapatero.

Tenían previsto que el coche oficial del candidato-presidente hiciese una escala en Ferraz sólo si "trituraban" a Rajoy. La eficacia política aconsejaba disimular. Pero Zapatero no estaba para felicitaciones de compromiso a las doce de la noche del lunes. Así que prefirió dar instrucciones al chófer de poner rumbo a La Moncloa, de vuelta a su cobijo familiar.

Había muchas cosas que hacer. De momento, tratar de adelgazar la agenda para preparar a fondo el siguiente debate. Ésa fue la prioridad de todos y así se le expresó a Angélica Rubio, la consejera más importante en lo que a agenda del presidente se refiere, quien tenía autoridad para hacerlo: "Déjale sólo los actos imprescindibles hasta el domingo".

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