miércoles, 20 de febrero de 2008

La libertad amenazada. / Fuente: ABC.es, opinión.

La libertad amenazada
La libertad amenazada
Por M. Martín Ferrand
EL paso del tiempo, unido a la pereza conformista, está debilitando mucho las tres patas sobre las que la Vieja Europa, de la que se destila la Unión Europea, construyó su fortaleza: la cultura griega, el derecho romano y la moral cristiana. La Europa de la libertad, aunque hoy nos resulte quimérica, alumbró, desde el pensamiento y el mercado, unos supuestos que decaen y, al hacerlo, amenazan nuestro futuro. El hecho de que los grandes europeos, en servil seguimiento de los EE.UU., se hayan apresurado a reconocer la independencia de Kosovo es una traición a la inercia de la Historia que asienta todo un Continente y, por buscar otro caso distinto, pero también significativo, la nacionalización del banco Northern Rock, la chapuza asistencial con la que el Gobierno de Gordon Brown ha tratado de echarle unas medias suelas al agujero financiero instalado en el Reino Unido, marca también el final de una época.
La Unión que buscaba el mercado desde supuestos de libertad y competencia se olvida de sus principios y, tanto en la economía como en la política, echa por tierra los valores que le han servido de médula a lo largo de los siglos. No debe extrañarnos, en consecuencia, que esa crisis ética que sacude a nuestros vecinos nos afecte a nosotros y se ponga en evidencia en un proceso electoral. La renuncia a los valores establecidos, el vale todo como táctica para la solución de los problemas acuciantes, lleva a los despropósitos que luego nos duelen y, en cualquier caso, erosionan lo que de fundamento arrastra el Estado y anima -o animó- a la Nación. Impedir que un grupo de fascistas, el calificativo más científico que les corresponde, cercene la libertad de Dolors Nadal y su expresión en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, como también le ocurrió a María San Gil en la de Santiago de Compostela y, ayer mismo, amordazó a Rosa Díez en la Complutense de Madrid, son reflejos del mismo fenómeno que afecta al Continente. Es la versión folclórica, a la catalana, a la gallega o a la madrileña, de un mal que, con epicentro en la crisis de autoridad y con prioridad de lo económico sobre lo ético, puede llegar a señalar el punto final de veinticinco siglos de una Europa que, con sus males, viene siendo la inteligencia y el modelo en que se inspira -o inspiraba- el resto del mundo.
Lo grave no es que surjan casos como el de Kosovo, el Northern Rock o los de Nadal, San Gil y Díez. Si fueran aislados cabrían en el cupo de patologías agudas que puede permitirse un cuerpo sano. Son señales de enfermedades crónicas y, lo que es peor, no le importan mucho a casi nadie. El modelo clásico de libertad, el que tiene a la persona como unidad de valor y objeto de respeto, tiende a sublimarse y, por ello, se puede quitar la palabra a un candidato electoral, nacionalizar un banco o darle la independencia a unos forajidos. ¿Para evitar males mayores?

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